Parte de nuestro libro «Anarquistas 1985» (2023), 144pp.
Extracto de «DERECHOS HUMANOS: PUNTO FINAL» Mayo de 1987. Escrito en el contexto de la absolución del teniente Astiz y el dictamen de la ley de Punto Final.
«(…) Las organizaciones de derechos humanos que ya son parte de las estructuras políticas se ven en la necesidad de especular y conciliar para no perder los espacios ganados como institución. Y si esto no fuera real, ¿Por qué hay tantos organismos que luchan por proteger los derechos del hombre y que, si teóricamente quieren lo mismo, en la práctica apoyan desde los proyectos más denigrantes unas, hasta los proyectos más “revolucionarios”, otras? ¿Cómo puede ser que algunas de estas entidades acepten una reparación económica por cada desaparecido? ¿A qué ideología responden aquellos que le ponen precio a las vidas que dicen defender?
Para la A.P.D.H(por ejemplo), que acepta la reparación económica y de tendencia progubernamental, es mejor que los desaparecidos sean declarados muertos porque para ellos, la lucha terminó con la venida de la democracia. Para otros organismos, en cambio, es fundamental que se los siga considerando desaparecidos, pues en ese caso perderían campo de acción y poder de convocatoria.
Entonces es necesario comprender que el sistema necesita de organismos de derechos humanos, tanto como necesita de un aparato represivo. Por eso, cuando se cometen los excesos represivos los organismos hacen la defensa de las libertades básicas del hombre y canalizan la lucha revolucionaria por ese lado, pero ahí se detienen porque en realidad están para defender y no para atacar, jugando así el simple papel de abogados defensores que con su accionar legitiman a la otra de las partes intervinientes: la represión.
Si la lucha que se lleva a cabo es verdaderamente revolucionaria, debe contener en su seno y reivindicar a los derechos humanos, pero no levantarlos como bandera única y exclusiva, porque de lo contrario la lucha es absorbida por el sistema y cae en el mero reformismo. El enemigo no es la represión sino el Estado que la genera, que el sistema “tolere” a la homosexualidad, el aborto, el divorcio, las drogas y las libertades de prensa y culto, no implica que estas sean reivindicaciones “arrancadas” al totalitarismo o logros revolucionarios.
El enemigo es la estructura capitalista, el Estado, el sistema en forma general y absoluta, y las revoluciones se realizan para destruirlo y crear una sociedad diferente. La atomización de la lucha (derechos humanos, libertad sexual, feminismo, punks) lleva implícita toda una problemática personal que tiende a agotarse con la consecución del objetivo o la reivindicación buscada. Así, las estructuras se mantienen, la coyuntura apenas varía, y la reivindicación se convierte en ley, decreto o edicto, terminando por fortalecer el orden reinante.
La acción revolucionaria está más cerca de lo ilegal y clandestino, que de los marcos impuestos por el sistema. Toda acción, actividad o lucha dentro de los márgenes del sistema (lo legal, lo permitido, lo establecido) tiende a integrarlo y a fortalecerlo.
Es por eso que la lucha de las Madres no prosperó desde diciembre del ‘83. Antes de esa fecha (77-83) la soberbia de los militares se sintió avasallada por ese grupo de madres que desafiándolo todo, denunciaba el terror y enfrentaba a los asesinos de sus hijos. Ese violento orgullo militar, herido en lo más íntimo, quiso acabar con la dolorosa protesta intentando ahogarla con la sangre de Azucena Villaflor, las monjas francesas L. Duquet y A. Domon y la de muchos militantes de derechos humanos y parientes de detenidos-desaparecidos.
El “rebélate” implícito en los rostros abofeteados por el terror era tan humano, tan valiente, tan poco dominable, que necesitaron destruirlo. Y cuando la “solución militar” falló, crearon la “solución democrática’’, tan auspiciada y esperada por políticos y militares, empresarios y sindicalistas, patriotas y sacerdotes.
Cuando llegó la democracia y la lucha se legalizó, el manifestar se convirtió en un derecho otorgado por la ley. En estos momentos, realizar una marcha contra el Punto Final, no solamente no conduce a nada sino que fortalece a la democracia, debido a que sólo se está ejerciendo un derecho. Y si las cosas se presentan de ese modo: las movilizaciones que desfilaron por el centro de Buenos Aires ¿no llevan a la inacción? ¿no se transforman en simples paseos? ¿y qué se hace cuando termina la movilización? Parece ser que los únicos métodos de lucha esgrimibles en la democracia son las marchas, los petitorios, las solicitadas, la recolección de firmas, el voto y la realización de huelgas previamente legalizadas por el Ministerio de Trabajo.
Frente a este cuadro de sumisión, solo falta la carta maestra del sistema: la represión. Si una marcha inofensiva es reprimida por la policía, como en el caso de la movilización contra Rockefeller, no se buscan alternativas ilegales; la lucha cambia de rumbo y es reclamado el derecho a organizar manifestaciones y no ser reprimidos por la policía (derecho que, por otra parte, ya existía). Y es entonces cuando se aplican métodos permitidos contra el sistema; frente a la represión se actúa en forma defensiva y no se va al enfrentamiento, como debería ser.
Como consecuencia de esta tergiversación de los valores, hoy podemos escuchar a una de las Madres de Línea Fundadora, cuando el día de la absolución del Tte. Astiz, le gritó: “Judas, asesino, traidor”, declarar (luego de una detención de dos horas) que “se había vuelvo como loca” y que “no sabía lo que hacía”. O al diputado radical Jaroslavsky, acusar de terroristas y fascistas a los militantes de derechos humanos que protestaron frente al Congreso, el día que se aprobó el Punto Final a favor de los genocidas.
Las alternativas son pocas, pero comprometidas y efectivas; debemos entender la necesidad de enfrentar en forma contundente y en todos los frentes al capitalismo y al Estado. Debemos recuperar nuestros criterios de lucha y ejercitar todo tipo de medidas más allá de los marcos impuestos, porque las revoluciones y los progresos sociales no surgen de las instituciones, sino que se alzan contra ellas».